44 Poemas de
la Luna (los mejores)

Alluring, mysterious, mystic, dazzling, these are some of the many adjectives that describe the moon; an element that has been used as inpiration for many works of art and literature for centuries. An element that has brought the best and most inspirational artistic works and is also full of symbolism .
In this selection we present the best 44 poems of the moon; each one of them full of mystic allure and lyrics that inspire us.


1.

País de hadas
de Edgar Allan Poe

Valles de sombra y aguas apagadas
y bosques como nubes,
que ocultan su contorno
en un fluir de lágrimas.
Allí crecen y menguan unas enormes lunas,
una vez y otra vez, a cada instante,
en canto que la noche se desliza,
y avanzan siempre, inquietas,
y apagan el temblor de los luceros
con el aliento de su rostro blanco.
Cuando el reloj lunar señala medianoche,
una luna más fina y transparente
desciende, poco a poco,
con el centro en la cumbre
de una sierra elevada,
y de su vasto disco
se deslizan los velos dulcemente
sobre aldeas y estancias,
por doquier; sobre extrañas
florestas, sobre el mar
y sobre los espíritus que vuelan
y las cosas dormidas:
y todo lo sepultan
en un gran laberinto luminoso.
¡Ah, entonces! ¡Qué profunda
es la pasión que ponen en su sueño!
Despiertan con el día,
y sus lienzos de luna
se ciernen ya en el cielo,
con inquietas borrascas,
y a todo se parecen: más que nada
semejan un albatros amarillo.
Y aquella luna no les sirve nunca
para lo mismo: en tienda
se trocará otra vez, extravagante.
Pero ya sus pedazos pequeñitos
se tornan leve lluvia,
y aquellas mariposas de la Tierra
que vuelan, afanosas del celaje,
y bajan nuevamente,
sin contentarse nunca,
nos traen una muestra,
prendida de sus alas temblorosas.


2.

La luna blanca... y el frío...
de León de Greif

La luna blanca... y el frío...
y el dulce corazón mío
tan lejano... tan lejano...
¡tanto distante su mano...!
La luna blanca, y el frío
y el dulce corazón mío
tan lejano...
Y vagas notas del piano...
Del bosque un aroma arcano...
Y el remurmurar del río...
Y el dulce corazón mío
tan lejano...!


3.

En el fondo de las noches
tiemblan las aguas de plata
de Gabriel Celaya

En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata.
La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.
Con su nimbo de silencio
pasan los sonámbulos de cabeza de cristal,
pasan como quien suspira,
pasan entre los hielos transparentes y verdes.

Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero sobre los cuerpos blanquísimos del frío.

En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;
los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna.

Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos,
el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas,
el momento en que por fin todo parece posible.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.

Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza .
La quietud de esta hora es un silencio que escucha,
el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.
Decidme lo que habéis visto.
En el fondo de la noche
hay un escalofrío de cuerpos ateridos.


4.

Se ha ocultado la luna
de Safo

Se ha ocultado la luna
También las Pléyades
Es la media noche y las horas se van deslizando,
y yo duermo sola


5.

Tú y yo como la luna,
de Safo

Tú y yo como la luna, siempre uno detrás del otro, como
una carrera que nadie va a terminar, intentando ganar el
amor que nunca se va a consumar por solo el reflejo de tu
brillo que es lo único que puedo apreciar.


6.

La Luna
de Jorge Luis Borges

Cuenta la historia que en aquel pasado
Tiempo en que sucedieron tantas cosas
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado

Proyecto de cifrar el universo
En un libro y con ímpetu infinito
Erigió el alto y arduo manuscrito
Y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
Cuando al alzar los ojos vio un bruñido
Disco en el aire y comprendió, aturdido,
Que se había olvidado de la luna.

La historia que he narrado aunque fingida,
Bien puede figurar el maleficio
De cuantos ejercemos el oficio
De cambiar en palabras nuestra vida.

Siempre se pierde lo esencial. Es una
Ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
De mi largo comercio con la luna.

No sé dónde la vi por vez primera,
Si en el cielo anterior de la doctrina
Del griego o en la tarde que declina
Sobre el patio del pozo y de la higuera.

Según se sabe, esta mudable vida
Puede, entre tantas cosas, ser muy bella
Y hubo así alguna tarde en que con ella
Te miramos, oh luna compartida.

Más que las lunas de las noches puedo
Recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
Y la luna sangrienta de Quevedo.

De otra luna de sangre y de escarlata
Habló Juan en su libro de feroces
Prodigios y de júbilos atroces;
Otras más claras lunas hay de plata.

Pitágoras con sangre (narra una
Tradición) escribía en un espejo
Y los hombres leían el reflejo
En aquel otro espejo que es la luna.

De hierro hay una selva donde mora
El alto lobo cuya extraña suerte
Es derribar la luna y darle muerte
Cuando enrojezca el mar la última aurora.

...............................

Sé que entre todas las palabras, una
Hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
Con humildad. Es la palabra luna.

Ya no me atrevo a macular su pura
Aparición con una imagen vana;
La veo indescifrable y cotidiana
Y más allá de mi literatura.

Sé que la luna o la palabra luna
Es una letra que fue creada para
La compleja escritura de esa rara
Cosa que somos, numerosa y una.

Es uno de los símbolos que al hombre
Da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
Pueda escribir su verdadero nombre


7.

Parió la luna,
de Luis Llorens

Altamar del Mar Caribe.
Noche azul. Blanca goleta.
Una voz grita en la noche:

-¡Marineros! ¡A cubierta!

Es el aullido del lobo
capitán de la velera.
Aúlla porque ha parido
su novia la luna nueva.

Y todos yen el lucero
que en el azul va tras ella:
ven el corderito blanco
detrás de la blanca oveja.

El piloto de la nave,
que a la baranda se acerca,
al ver el mar, todo espuma,
canta con voz de poeta:

-En sus azules hamacas
mece el mar sus azucenas.
Y entredice el sobrecargo:

-Es que las marinas yeguas
van al escape y sus crines
se vuelven sartas de perlas.

Y otra vez aúlla el lobo
capitán de la goleta:

-No son espumas de olas,
ni albas crines, ni azucenas:
es que en el mar cae la leche
del pecho que saca afuera,
porque ha parido un lucero,
mi novia la luna nueva.


8.

La luna y la rosa,
de Miguel de Unamuno

En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
y el aroma de la noche
le henchía ¡sedienta boca!
el paladar del espíritu,
que adurmiendo su congoja
se abría al cielo nocturno
de Dios y su Madre toda…
Toda cabellos tranquilos,
la Luna, tranquila y sola,
acariciaba a la Tierra
con sus cabellos de rosa
silvestre, blanca, escondida…
La Tierra, desde sus rocas,
exhalaba sus entrañas
fundidas de amor, su aroma…
Entre las zarzas, su nido,
era otra luna la rosa,
toda cabellos cuajados
en la cuna, su corola;
las cabelleras mejidas
de la Luna y de la rosa
y en el crisol de la noche
fundidas en una sola…
En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
mientras la rosa se daba
a la Luna, quieta y sola.


9.

Luna mía de ayer,
hoy de mi olvido...
de Rafael Alberti

Luna mía de ayer, hoy de mi olvido,
Ven esta noche a mí, baja a la tierra,
Y en vez de ser hoy luna de la guerra,
Sélo tan sólo de mi amor dormido.

Dale en tu luz el reno perseguido
Que por los yelos de tus ojos yerra,
Y dile, si tu lumbre lo destierra,
Que será lana su destierro y nido.

Tiempos de horror en que la sangre habita
Obligatoriamente separada
De la linde natal de su terreno.

¡Ay luna de mi olvido, tu visita
no me despierte el labio de la espada,
sí el de mi amor, guardado por tu reno!


10.

La fuga de la luna,
de Oscar Wilde

Hay paz para los sentidos,
Una paz soñadora en cada mano,
Y profundo silencio en la tierra fantasmal,
Profundo silencio donde las sombras cesan.

Sólo el grito que el eco hace chillido
De algún ave desconsolada y solitaria;
La codorniz que llama a su pareja;
La respuesta desde la colina en brumas.

Y súbitamente, la luna retira
Su hoz de los cielos centelleantes
Y vuela hacia sus cavernas sombrías
Cubierta en velo de gasa gualda.


11.

De noche... (la luna)
de doblezeroo

Oh luna de pergamino, preciosa,
llegaste a mi cielo bebiendo estrellas,
oh gran luna de cristal, forma pura
esfera de cuarzo, limpia de manchas.

Ya bailó en torno a tu cintura el agua
y tu luz prendió el perfil de la bestia
pero nunca sabrás donde se ocultan
los girasoles y el lagarto rojo.

Lucharon meteoritos en tu rostro
y en tu vientre echaron sus raíces
pero verte desnuda es comprender
el susurro de las olas, tu sexo.

De noche te ondulas en ese espejo
mientras en el bosque el búho te mira
¡mágica luna de todos los sueños!
y las criaturas gimen a la muerte.

Mas cuando el sol tampoco puede verte
la noche es de esas noches que en sus sombras
esconden a la pantera azabache
en cuyos ojos el infierno crece.


12.

Horas
de Cack

Las Horas pasan demorando ¿será que se han congelado y
los días se han atascado?
O ¿mis ganas de verte hacen parecer que están demorando?
No sé… pero aquí sigo esperando… como la luna espera el
atardecer y el sol espera el amanecer… y como el sembrador
espera la cosecha… pero sé que pronto te volveré a ver…


13.

De la hermosa luna,
de Safo

De la hermosa luna los astros cerca
hacia atrás ocultan luciente el rostro
cuando aquella brilla del todo llena
sobre la tierra…


14.

Huevo
de Miguel Hernández

Coral, canta una noche por un filo,
y por otro su luna siembra para
otra redonda noche: luna clara,
¡la más clara!, con un sol en sigilo.
Dirigible, al partir llevado en vilo,
si a las hirvientes sombras no rodara,
pronto un rejoneador galán de pico
iría sobre el potro en abanico.


15.

Luz de luna
de Samuel Carrasco Santos

Si Supiera Cuantas Lunas Iluminarían Mis Noches,
Sería El Hombre Más Feliz, Porque Sabría Que En Cada
Amanecer
Estarías Conmigo En La Misma Cama, Abrazados Como
Dos Amantes Enamorados,
Que Se Quieren En Las Noches Más Bonitas De Luna Llena.
Me Pedirás Que Te Abrace Más Fuerte, Para Colmar El Frio
Que Tu Cuerpo Tiene,
Y Yo Me Comeré En Pedazos Cada Parte De Ti, Hasta Saciar
Mis Fantasías De Amor Que Fabrique Para Ti,
En Mis Noches De Nostalgia Deseando Tener Una Mejor Suerte.


16.

La luna de siempre,
de Ana María Rodas

Redonda, hinchada de frotarse contra el cielo
rasga mi piel con su delgada luz
Cae sobre mi pelo
con la levedad de una sirena
que no se hubiera dado cuenta
que no posee piernas
Solivianta mi sangre
me enciende de locura
me regala una piel fosforescente
y me convierte
aceite hirviendo
en fauna
(cascos y cuernos y cabello desbocado
bajo el lúbrico soplo de lo oscuro)


17.

El puerto,
de José Gorostiza

El silencio por nadie se quebranta,
y nadie lo deplora.
Sólo se canta
la puesta del sol, desde la aurora.
Mas la luna, con ser
de luz a nuestro simple parecer,
nos parece sonora
cuando derraman las manos ligeras
las ágiles sombras de las palmeras.


18.

Luna de verano...

Sabía que volvería a pasar,
que la luna esperaría al sol,
para volverlo a besar...
no sé, quién me lo dijo,
pero lo sabía...
que volvería a pasar.
Dos astros enamorados,
con la misma intensidad,
recuerdan a los Dioses,
lo vivido en la eternidad.
Dos astros se han besado,
animando al mundo,
que hagan igual...
dos astros enamorados,
que se esperan en el universo,
para amarse en libertad.
La luna encendida,
enamora y embelesa,
al sol apasionado,
que se vuelve tierno...
que se siente amado.


19.

Tristeza de la luna,
de Charles Baudelaire

Esta noche la luna sueña con más pereza,
Cual si fuera una bella hundida entre cojines
Que acaricia con mano discreta y ligerísima,
Antes de adormecerse, el contorno del seno.

Sobre el dorso de seda de deslizantes nubes,
Moribunda, se entrega a prolongados éxtasis,
Y pasea su mirada sobre visiones blancas,
Que ascienden al azul igual que floraciones.

Cuando sobre este globo, con languidez ociosa,
Ella deja rodar una furtiva lágrima,
Un piadoso poeta, enemigo del sueño,

De su mano en el hueco, coge la fría gota
como un fragmento de ópalo de irisados reflejos.
Y la guarda en su pecho, lejos del sol voraz.


20.

Pierrot borracho,
de Fernando Pessoa

En las calles de la feria
de la feria desierta
sólo la luna llena
blanquea y clarea
las noches de la feria
en la noche entreabierta.
Sólo la luna alba
blanquea y clarea
la tierra calva
de abandono y alba
alegría ajena.

Ebria blanquea
como por la arena
en las calles de feria,
de la feria desierta
en la noche ya llena
de sombra entreabierta.
La luna boquea
en las calles de feria
desierta e incierta.


21.

A la luna,
de Johann von Goethe

¡Oh tú, la hermana de la luz primera,
símbolo del amor en la tristeza!
Ciñe tu rostro encantador la bruma,
orlada de argentados resplandores;
Tu sigiloso paso de los antros
durante el día cerrados cual sepulcros,
a los tristes fantasmas despabila,
y a mí también y a las nocturnas aves.
Tu mirada domina escrutadora
y señorea el dilatado espacio.
¡Oh, elévame hasta ti, ponme a tu vera!
No niegues a mi ensueño esta ventura;
y en plácido reposo el caballero
pueda ver a hurtadillas de su amada,
las noches tras los vidrios enrejados.
Del contemplar la dicha incomparable,
de la distancia los tormentos calma,
yo tus rayos de luz concentro, ¡oh luna!,
y mi mirada aguzo, escrutadora;
poco a poco voy viendo los contornos
del bello cuerpo libre de tapujos,
y hacia él me inclino, tierno y anhelante,
cual tú hacia el de Endimión en otro tiempo.


22.

Luna
de Pedro José Arroyave

Hoy me mira la luna
blanca y desmesurada
como aquellas sirenas
que brincan en el mar del
lago de las cinco flores
Es la misma de anoche
que me fortaleció e iluminó
de la noche a la mañana
mientras despertaba a la
realidad
Pero es otra que nunca
fue tan grande,tan pálida
y tan blanca jamás admirable
Tiemblo como las luces que,
la ven caer una vez desaparezca
al amanecer
Tiemblo como los ojos
hacen temblar las á
Tiemblo como las aves
hacen temblar los árboles
Tiemblo como la piel
hace temblar el alma
¡Oh! la luna y las sirenas
han caído; ahora quien
se ocupará de mí en ese
instante
Su luz y su cuidado
Jamás volverán a ser igual
y mi alma necesita de su
pureza y lealtad
para poder continuar
¡Luna de la realidad,
Luna de mi vida,
Luna del resplandor,
Luna de mi felicidad!


23.

Nuestra señora la luna,
de Humberto Fierro

La luna vertía
Su color de lágrima.
Por una avenida
De espesas acacias,
Llegaba a la orilla
Del agua estancada
La desconocida
Pareja que hablaba
De días pasados.
Una historia maga
De citas y besos,
Una historia clara
De alegres sonrisas.
Los cisnes soñaban...
La luna vertía
Su color de lágrima.

Hasta la avenida
De espesas acacias,
Llegaba otra noche
La voz apagada
De otra pareja.
El interrogaba,
Ella respondía...
Era una lejana
Historia de amores
Ya casi borrada,
Una historia turbia
Que tenía clara
La angustia presente,
El interrogaba...
La luna vertía
Su color de lágrima.

Otra vez de luna
La avenida blanca
Estaba desierta.
No turbaba nada
El tedio infinito.
Ni la historia maga
De citas y besos,
Ni aquella lejana
Historia de amores
Ya casi borrada.
Estaba desierta
La avenida blanca.
La luna vertía
Su color de lágrima.


24.

Fue tan fácil enamorarme de ti

Fue tan fácil enamorarme de ti,
tú siempre dándome vueltas,
mostrándome diferentes perfiles
y como no amarte si
al levantar la vista eras lo primero en el universo
coqueta, paciente, protectora, bella, redonda,
en ti podía tallar toda mi historia
gracias a tu grandeza me convertí en el
alfarero del tiempo
las noches sin ti eran oscuras
pero al cerrar los ojos venías nuevamente a mi
siempre te veía
en todo te buscaba
sé que te tendré por la eternidad que dicha,
que gravedad
yo hijo de la tierra confieso mi amor
por usted querida luna
y si celoso el sol decide no mostrarte más
recuerde que es su luz quien penetra en mi corazón


25.

Advenimiento,
de Jorge Guillén

¡Oh luna, cuánto abril,
qué vasto y dulce el aire!
Todo lo que perdí
volverá con las aves.

Sí, con las avecillas
que en coro de alborada
pían y pían, pían
sin designio de gracia.

La luna está muy cerca,
quieta en el aire nuestro.
El que yo fui me espera
bajo mis pensamientos.

Cantará el mi señor.
En la cima del ansia.
Arrebol, arrebol.
Entre el cielo y las auras.

¿Y se perdió aquel tiempo
que yo perdí?. La mano
dispone, dios ligero,
de esta luna sin año.


26.

Dices

Dices que me amas,
pero estás con alguien más
que fácil fue reemplazarme
con otra historia y otra voz.

Dices que me extrañas,
y te creo sin razón
de lejos te sigo extrañando
como la luna admira el sol.


27.

Noche de luna,
de Jorge Guillén

Que hermosa y secreta está la noche
bañada de luz en conjuro con Selene,
radiante de blancos rayos que ordenen
volcar pasiones y fuego sin reproche.
Cobijados y escondidos nos besamos temerosos
pasando la frontera de lo prohibido,
la noche cómplice del encuentro fogoso
sin pasado ni tiempo ahoga el gemido.
Es nuestra noche que llevamos oculta
en horas nocturnas y brisa fría,
dentro del corazón acelerado sin tregua
por amar en la sombra con alevosía.


28.

Costumbres,
de Jorge Guillén

Sobre el asfalto de la avenida la luna forma un lago
silencioso y el amigo recuerda otros tiempos.
Entonces le bastaba un encuentro imprevisto
para ya no estar solo. Mirando la luna
respiraba la noche. Pero más fresco era el olor
de la mujer encontrada, de la breve aventura
bajo escaleras inciertas. El cuarto tranquilo
y el pronto deseo de vivir siempre allí
colmaban su corazón. Luego, bajo la luna,
volvía contento, con grandes pasos atolondrados.
Entonces era un gran compañero de sí mismo.
Despertaba temprano y saltaba del lecho
reencontrando su cuerpo y sus viejos
pensamientos.
Le gustaba salir a mojarse en la lluvia
o andar bajo el sol; gozaba mirando las calles,
conversando con gente fortuita. Creía
poder comenzar en cualquier oficio
cada nuevo día, cada nueva mañana.
Después de tantas fatigas se sentaba a fumar.
Su más grande placer era quedarse a solas.
Envejeció el amigo y quisiera una casa
que le fuera más grata; salir por la noche
y quedarse en la avenida mirando la luna,
pero hallando al volver una mujer sumisa,
una mujer tranquila, paciente en su espera.
Envejeció el amigo y ya no se basta a sí mismo.
Los transeúntes son siempre los mismos; la lluvia
y el sol son siempre los mismos; la mañana un desierto.
Trabajar no vale la pena. Y salir a la luna,
si nadie lo aguarda, tampoco vale la pena.


29.

La luna me recuerda a ti,
de Toy98

La luna me recuerda a ti
es feliz mientras los demás duermen
introvertida, tal vez misteriosa
tus sueños se convierten en un germen
quién sabe si de nosotros.
La luna me recuerda a ti
y a lo que a veces somos


30.

Himno de la luna,
de Leopoldo Lugones

Luna, quiero cantarte
Oh ilustre anciana de las mitologías,
Con todas las fuerzas del arte.

Deidad que en los antiguos días
Imprimiste en nuestro polvo tu sandalia,
No alabaré el litúrgico furor de tus orgías
Ni tu erótica didascalia,
Para que alumbres sin mayores ironías,
Al polígloto elogio de las Guías,
Noches sentimentales de misses en Italia.

Aumenta el almizcle de los gatos de algalia;
Exaspera con letárgico veneno
A las rosas ebrias de etileno
Como cortesanas modernas;
Y que a tu influjo activo,
La sangre de las vírgenes tiernas
Corra en misterio significativo.

Yo te hablaré con maneras corteses
Aunque sé que sólo eres un esqueleto,
Y guardaré tu secreto
Propicio a las cabelleras y a las mieses.

Te amo porque eres generosa y buena,
¡Cuánto, cuánto albayalde
Llevas gastado en balde
Para adornar a tu hermana morena!

El mismo Polo recibe tu consuelo;
Y la Osa estelar desde su cielo,
Cuando huye entre glaciales moles
La luz que tu veste orla,
Gime de verse encadenada por la
Gravitación de sus siete soles.
Sobre el inquebrantable banco
Que en pliegues rígidos se deprime y se esponja,
Pasas como púdica monja
Que cuida un hospital todo de blanco.

Eres bella y caritativa:
El lunático que por ti alimenta
Una pasión nada lasciva.
Entre sus quiméricas novias te cuenta.
¡Oh astronómica siempreviva!
Y al asomar tu frente
Tras de las chimeneas, poco a poco.
Haces reír a mi primo loco
Interminablemente.

En las piscinas.
Los sauces, con poéticos desmayos,
Echan sus anzuelos de seda negra a tus rayos
Convertidos en relumbrantes sardinas.
Sobre la diplomática blancura
De tu faz, interpreta
Sus sueños el poeta,
Sus cuitas la romántica criatura
Que suspira algún trágico evento;
El mago del Cabul o la Nigricia,
Su conjuro que brota en plegaria propicia:
«¡Oh tú, ombligo del firmamento!»
Mi ojo científico y atento
Su pesimismo lleno de pericia.

Como la lenteja de un péndulo inmenso,
Regla su transcurso la dulce hora
Del amante indefenso
Que por fugaz la llora,
Implorando con flébiles querellas
Su impavidez monárquica de astro;
O bien semeja ampolla de alabastro
Que cuenta el tiempo en arena de estrellas.

Mientras redondea su ampo
En monótono viaje.
El Sol, como un faisán crisolampo.
La empolla con ardor siempre nuevo.

¿Qué olímpico linaje
Brotará de ese luminoso huevo?
Milagrosamente blanca.
Satina morbideces de cold-cream y de histeria:
Carnes de espárrago que en linfática miseria,
La tenaza brutal de la tos arranca.

¡Con qué serenidad sobre los luengos
Siglos, nieva tu luz sus tibios copos.
Implacable ovillo en que la vieja Atropos
Trunca tantos ilustres abolengos!

Ondina de las estelas.
Hada de las lentejuelas.

Entre nubes al bromuro,
Encalla como un témpano prematuro,
Haciendo relumbrar, en fractura de estrella,
Sobre el solariego muro
Los cascos de botella.
Por el confín obscuro,
Con narcótico balanceo de cuna,
Las olas se aterciopelan de luna;
Y abren a la luz su tesoro
En una dehiscencia de valvas de oro.

Flotan sobre lustres escurridizos
De alquitrán, prolongando oleosas listas,
Guillotinadas por el nivel entre rizos
Arabescos, cabezas de escuálidas bañistas.
Charco de mercurio es en la rada
Que con veneciano cariz alegra,
O acaso comulgada
Por el agua negra
De la esclusa del molino.
Sucumbe con trance aciago
En el trago
De algún sediento pollino.

O entra con rayo certero
Al pozo donde remeda
Una moneda
Escamoteada en un sombrero.

Bajo su lene seda.
Duerme el paciente febrífugo sueño,
Cuando en grata penumbra.
Sobre la selva que el Otoño herrumbra
Surge su cara sin ceño;
Su azufrado rostro sin orejas
Que sugiere la faz lampiña
De un mandarín de afeitadas cejas;
O en congestiones bermejas
Como si saliera de una riña,
Sobre confusos arrabales
Finge la lóbrega linterna.
De algún semáforo de Juicios Finales
Que los tremendos trenes de Sabaoth interna.
Solemne como un globo sobre una
Multitud, llega al cénit la luna.

Clarificando al acuarela el ambiente,
En aridez fulgorosa de talco
Transforma al feraz Continente—
Lámpara de alcanfor sobre un catafalco.
Custodia que en Corpus sin campanas
Muestra su excelsitud al mundo sabio,
Reviviendo efemérides lejanas
Con un arcaísmo de astrolabio;
Inexpresable cero en el infinito,
Postigo de los eclipses,
Trompo que en el hilo de las elipses
Baila eternamente su baile de San Vito;
Hipnótica prisionera
Que concibe a los malignos hados
En su estéril insomnio de soltera;
Verónica de los desterrados;
Girasol que circundan con intrépidas alas
Los bólidos, cual vastos colibríes,
En conflagración de supremas bengalas;
Ofelia de los alelíes
Demacrada por improbables desprecios;
Candela de las fobias,
Suspiráculo de las novias,
Pan ázimo de los necios.

Al resplandor turbio
De una luna con ojeras.
Los organillos del suburbio
Se carian las teclas moliendo habaneras.

Como una dama de senos yertos
Clavada de sien a sien por la neuralgia,
Cruza sobre los desiertos
Llena de más allá y de nostalgia
Aquella luna de los muertos.
Aquella luna deslumbrante y seca—
Una luna de la Meca...

Tu fauna dominadora de los climas.
Hace desbordar en cascadas
El gárrulo caudal de mis rimas.
Desde sus islas moscadas,
Misántropos orangutanes
Guiñan a tu faz absorta;
Bajo sus anómalos afanes
Una frecuente humanidad aborta.
Y expresando en coreográfica demencia
Quién sabe qué liturgias serviles,
Con sautores y rombos de magros pemiles
Te ofrecen, Quijotes, su cortés penitencia.

El vate que en una endecha A la Hermosura,
Sueña beldades de raso altanero,
Y adorna a su modista, en fraudes de joyero,
Con una pompa anárquica y futura,
¡Oh Blanca Dama! es tu faldero;
Pues no hay tristura
Rimada, o metonimia en quejumbre,
Que no implore tu lumbre
Como el Opodeldoch de la Ventura.

El hipocondríaco que moja
Su pan de amor en mundanas hieles,
Y, abstruso célibe, deshoja
Su corazón impar ante los carteles,
Donde aéreas coquetas
De piernas internacionales.
Pregonan entre cromos rivales
Lociones y bicicletas.

El gendarme con su paso
De pendular mesura;
El transeúnte que taconea un caso
Quirúrgico, en la acera obscura,
Trabucando el nombre poco usual
De un hemostático puerperal.

Los jamelgos endebles
Que arrastran como aparatos de Sinagoga
Carros de lúgubres muebles.
El ahorcado que templa en do, re, mi, su soga,
El sastre a quien expulsan de la tienaa
Lumbagos insomnes,
Con pesimismo de ab uno disce omnes
A tu virtud se encomienda;
Y alzando a ti sus manos gorilas,
Te bosteza con boca y axilas.
Mientras te come un pedazo
Cierta nube que a barlovento navega,
Cándidas Bemarditas ciernen en tu cedazo
La harina flor de alguna parábola labriega.

La rentista sola
Que vive en la esquina,
Redonda como una ola,
Al amor de los céfiros sobre el balcón se inclina; Y del corpino harto estrecho.
Desborda sobre el antepecho
La esférica arroba de gelatina.

Por su enorme techo,
La luna, Colombina
Cara de estearina.
Aparece no menos redonda;
Y en una represalia de serrallo,
Con la cara reída por la pata de gallo,
Como a una cebolla Pierrot la monda.

Entre álamos que imitan con rectitud extraña,
Enjutos ujieres.
Como un ojo sin iris tras de anormal pestaña,
La luna evoca nuevos seres.

Mayando una melopea insana
Con ayes de parto y de gresca,
Gatos a la valeriana
Deslizan por mi barbacana
El suspicaz silencio de sus patas de yesca.

En una fonda tudesca,
Cierto doncel que llegó en un cisne manso,
Cisne o ganso,
Pero, al fin, un ave gigantesca;
A la caseosa Balduina,
La moza de la cocina,
Mientras estofaba una leguminosa vaina.
Le dejó en la jofaina
La luna de propina.

Sobre la azul esfera.
Un murciélago sencillo,
Voltejea cual negro plumerillo
Que limpia una vidriera.

El can lunófilo, en pauta de maitines,
Como una damisela ante su partitura,
Llora enterneciendo a los serafines
Con el primor de su infantil dentadura.

El tiburón que anda
Veinte nudos por hora tras de los paquebotes.
Pez voraz como un lord en Irlanda,
Saborea aún los precarios jigotes
De aquel rumiante de barcarolas.
Que una noche de caviar y cerveza,
Cayó lógicamente de cabeza
Al compás del valse «Sobre las Olas».
La luna, en el el mar pronto desierto,
Amortajó en su sábana inconsútil al muerto,
Que con pirueta coja
Hundió su excéntrico descalabro.
Como un ludión un poco macabro.
Sin dar a la hidrostática ninguna paradoja.

En la gracia declinante de tu disco
Bajas acompañada por el lucero
Hacia no sé qué conjetural aprisco,
Cual una oveja con su cordero.

Bajo tu rayo que osa
Hasta su tálamo de breña,
El león diseña
Con gesto merovingio su cara grandiosa.
Coros de leones
Saludan tu ecuatorial apogeo,
Coros que aun narran a los aquilones
Con quejas bárbaras la proeza de Orfeo.

Desde el soto de abedules.
El ruiseñor en su estrofa,
Con lírico delirio filosofa
La infinitud de los cielos azules.
Todo el billón de plata
De la luna, enriquece su serenata;
Las selvas del Paraíso
Se desgajan en coronas,
Y surgen en la atmósfera de nacarado viso
Donde flota un Beethoven indeciso—
Témeles y Veronas...

El tigre que en el ramaje atenúa
Su terciopelo negro y gualdo
Y su mirada hipócrita como una ganzúa;
El búho con sus ojos de caldo;
Los lobos de agudos rostros judiciales,
La democracia de los chacales—
Clientes son de tu luz serena.
Y no es justo olvidar a la oblicua hiena.

Los viajeros.
Que en contrabando de balsámicas valijas
Llegan de los imperios extranjeros,
Certificando latitudes con sus sortijas
Y su tez de tabaco o de aceituna,
Qué bien cuentan en sus convincentes rodillas.
Aquellas maravillas
De elefantes budistas que adoran a la luna
Paseando su estirpe obesa
Entre brezos extraños,
Mensuran la dehesa
Con sonámbulo andar los rebaños.

Crepitan con sonoro desasosiego
Las cigarras que tuesta el Amor en su fuego.

Las crasas ocas,
Regocijo de la granja,
Al borde de su zanja
Gritan como colegialas locas
Que ven pasar un hombre malo...
Y su anárquico laberinto,
Anuncia al Senado extinto
El ancestral espanto galo.

Luna elegante en el nocturno balcón del Este;
Luna de azúcar en la taza de luz celeste;
Luna heráldica en campo de azur o de sinople
Yo seré el novel paladín que acople
En tu «tabla de expectación».
Las lises y quimeras de su blasón.

La joven que aguarda una cita, con mudo
Fervor, en que hay vizcos agüeros, te implora;
Y si no llora,
Es porque sus polvos no se le hagan engrudo.
Aunque el estricto canesú es buen escudo,
Desde que el novio no trepará la reja.
Su timidez de corza
Se complugo en poner bien pareja
La más íntima alforza.
Con sus ruedos apenas se atreve la brisa,
Ni el Ángel de la Guarda conoce su camisa,
Y su batón de ceremonia
Cae en pliegues tan dóricos, que amonesta
Con una austeridad lacedemonia.

Ella que tan zumbona y apuesta,
Con malicias que más bien son recatos,
Luce al sol popular de los días de fiesta
El charol de sus ojos y sus zapatos;
Bajo aquel ambiguo cielo
Se abisma casi extática,
En la diafanidad demasiado aromática
De su pañuelo.
Pobre niña, víctima de la felona noche,
¡De qué le sirvió tanto pundonoroso broche!

Mientras padece en su erótico crucifijo
Hasta las heces el amor humano,
Ahoga su ¡ay! soprano
Un gallo anacrónico del distante cortijo.

En tanto, mi atención perseverante
Como un camino real, persigue, oh luna,
Tu teorema importante.
Y en metáfora oportuna
Eres el ebúrneo mingo.
Que busca por el cielo, mi billar del Domingo,
No se qué carambolas de esplín y de fortuna.

Solloza el mudo de la aldea,
Y una rana burbujea
Cristalinamente en su laguna.

Para llegar a tu gélida alcoba
En mi Pegaso de alas incompletas.
Me sirvieron de estafetas
Las brujas con sus palos de escoba.

Á través de páramos sin ventura,
Paseas tu porosa estructura
De hueso fósil, y tus poros son mares
Que en la aridez de sus riberas.
Parecen maxilares
De calaveras.

Deleznada por siglos de intemperie, tu roca
Se desintegra en bloques de tapioca,
Bajo los fuegos ustorios
Del Sol que te martiriza,
Sofocados en desolada ceniza,
Playas de celuloide son tus territorios.

Vigilan tu soledad
Montes cuyo vértigo es la eternidad.

El color muere en tu absoluto albinismo,
Y a pesar de la interna carcoma
Que socava en tu seno un abismo.
Todo es en ti inmóvil como un axioma.

El residuo alcalino
De tu aire, en que en un cometa
Entró como un fósforo en una probeta
De alcohol superfino;
Carámbanos de azogue en absurdo aplomo;
Vidrios sempiternos, llagas de bromo;
Silencio inexpugnable,
Y como paradójica dendrita,
La huella de un prehistórico selenita
En un puñado de yeso estable.

Mas ya dejan de estregar los grillos
Sus agrios esmeriles,
Y suena en los pensiles
La cristalería de los pajarillos.
Y la Luna que en su halo de ópalo se engarza,
Bajo una batería de telescopios,
Como una garza
Que escopetean cazadores impropios,
Cae al mar de cabeza
Entre su plumazón de reflejos;
Pero tan lejos.
Que no cobrarán la pieza.


31.

Crepúsculo
de Johann Wolfgang von Goethe

El crepúsculo descendió desde lo alto,
todo lo que estaba cerca, está ahora lejos,
aunque al principio se elevó
el fulgor del lucero de la tarde.
Todo se tambalea en lo incierto,
las nieblas cubren las alturas,
tinieblas de profunda oscuridad
alcanzan quedamente su reflejo sobre el lago.
Ahora en territorios del este,
siento el brillo y la incandescencia de la luna,
las ramas del sauce, finas como el cabello,
juegan en la corriente más próxima.
A través de juegos de sombras que se mueven,
tiembla la apariencia mágica de la luna.
Y a través de mi mirada el frío
se desliza suavemente hacia el interior de mi corazón.


32.

Triunfo del amor,
de Vicente Aleixandre

El crepúsculo descendió desde lo alto,
Brilla la luna entre el viento de otoño,
en el cielo luciendo como un dolor largamente sufrido.
Pero no será, no, el poeta quien diga
los móviles ocultos, indescifrable signo
de un cielo líquido de ardiente fuego que anegara
las almas,
si las almas supieran su destino en la tierra.

La luna como una mano,
reparte con la injusticia que la belleza usa,
sus dones sobre el mundo.
Miro unos rostros pálidos.
Miro rostros amados.
No seré yo quien bese ese dolor que en cada rostro asoma.
Sólo la luna puede cerrar, besando,
unos párpados dulces fatigados de vida.
Unos labios lucientes, labios de luna pálida,
labios hermanos para los tristes hombres,
son un signo de amor en la vida vacía,
son el cóncavo espacio donde el hombre respira
mientras vuela en la tierra ciegamente girando.
El signo del amor, a veces en los rostros queridos
es sólo la blancura brillante,
la rasgada blancura de unos dientes riendo.
Entonces sí que arriba palidece la luna,
los luceros se extinguen
y hay un eco lejano, resplandor en oriente,
vago clamor de soles por irrumpir pugnando.
¡Qué dicha alegre entonces cuando la risa fulge!
Cuando un cuerpo adorado;
erguido en su desnudo, brilla como la piedra,
como la dura piedra que los besos encienden.
Mirad la boca. Arriba relámpagos diurnos
cruzan un rostro bello, un cielo en que los ojos
no son sombra, pestañas, rumorosos engaños,
sino brisa de un aire que recorre mi cuerpo
como un eco de juncos espigados cantando
contra las aguas vivas, azuladas de besos.

El puro corazón adorado, la verdad de la vida,
la certeza presente de un amor irradiante,
su luz sobre los ríos, su desnudo mojado,
todo vive, pervive, sobrevive y asciende
como un ascua luciente de deseo en los cielos.

Es sólo ya el desnudo. Es la risa en los dientes.
Es la luz o su gema fulgurante: los labios.
Es el agua que besa unos pies adorados,
como un misterio oculto a la noche vencida.

¡Ah maravilla lúcida de estrechar en los brazos
un desnudo fragante, ceñido de los bosques!
¡Ah soledad del mundo bajo los pies girando,
ciegamente buscando su destino de besos!
Yo sé quien ama y vive, quien muere y gira y vuela.
Sé que lunas se extinguen, renacen, viven, lloran.
Sé que dos cuerpos aman, dos almas se confunden.


33.

La luna durmió conmigo,
de Luis Llorens

Esta noche la luna no quiere que yo duerma.
Esta noche la luna saltó por la ventana.
Y, novia que se quita su ropa de azahares,
toda ella desnuda, se ha metido en mi cama.

Viene de lejos, viene de detrás de las nubes,
oreada de sol y plateada de agua.
Viene que huele a besos: quizá, esta misma noche,
la enamoró el lucero galán de la mañana.

Viene que sabe a selva: tal vez, en el camino,
la curva de su cola rozó con la montaña.
Viene recién bañada: acaso, bajo el bosque,
al vadear el arroyo, se bañó en la cascada.

Viene a dormir conmigo, a que la goce y bese,
y a cantar la mentira de que a ml solo me ama.
Y como yo, al oírla, por vengarme, le digo
"mi amor es como el tuyo", ella se ha puesto pálida.

Ella se ha puesto pálida, y al besarme la boca,
me ilumina las sienes el temblor de sus lágrimas.
Ahora ya sé que ella, la que en suntuosas noches
da su cuerpo desnudo, a ml me ha dado el alma.


34.

La lune

Que bella es la luna
Con sus rayos de ternura,
Ilumina todo el cielo,
con sus brillos y luceros.
Que afortunada es la noche de tener tan fiel acompañante,
Que brilla en la oscuridad
Como un hermoso DIAMANTE.


35.

En las noches claras,
de Gloria Fuertes

En las noches claras,
resuelvo el problema de la soledad del ser.
Invito a la luna y con mi sombra somos tres.


36.

La luna,
de Jaime Sabines

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.


37.

Puesto que ignoras
de Omar Khayyam

Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana,
esfuérzate por ser feliz hoy.
Coge un cántaro de vino, siéntate a la luz de la luna y bebe pensando
en que mañana quizás la luna te busque en vano.


38.

Luna congelada,
de Omar Mario Benedetti

Con esta soledad
alevosa
tranquila
con esta soledad
de sagradas goteras
de lejanos aullidos
de monstruos de silencio
de recuerdos al firme
de luna congelada
de noche para otros
de ojos bien abiertos
con esta soledad
inservible
vacía
se puede algunas veces
entender
el amor.


39.

Viaje,
de Alfonsina Storni

Hoy me mira la luna
blanca y desmesurada.

Es la misma de anoche,
la misma de mañana.

Pero es otra, que nunca
fue tan grande y tan pálida.

Tiemblo como las luces
tiemblan sobre las aguas.

Tiemblo como en los ojos
suelen temblar las lágrimas.

Tiemblo como en las carnes
sabe temblar el alma.

¡Oh! la luna ha movido
sus dos labios de plata.

¡Oh! la luna me ha dicho
las tres viejas palabras:

«Muerte, amor y misterio...»
¡Oh, mis carnes se acaban!

Sobre las carnes muertas
alma mía se enarca.

Alma —gato nocturno—
sobre la luna salta.

Va por los cielos largos
triste y acurrucada.

Va por los cielos largos
sobre la luna blanca.


40.

¡La Luna...!

Buscando tus ojos,
La luna se esconde,
Juega con el viento,
Y aturde a los duendes.

Se adorna, te sigue…
Te envuelve de cálidos besos,
Y te enciende.

¡Esa luna… luna!
Su corazón extiende,
Se vuelve humana,
Y… a tu lado se duerme.

Y en la madrugada,
Tu alma se llena de calor…

Cuando ve, tu frente serena,
Anidando, recuerdos encendidos,
de tu ilusión de amor....


41.

Pasas por el abismo de mis tristezas,
de Amado Nervo

Pasas por el abismo de mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares,
ungiendo lo infinito de mis pesares
con el nardo y la mirra de tus ternezas.

Ya tramonta mi vida; la tuya empiezas;
mas, salvando del tiempo los valladares,
como un rayo de luna sobre los mares
pasas por el abismo de mis tristezas.

No más en la tersura de mis cantares
dejará el desencanto sus asperezas;
pues Dios, que dio a los cielos sus luminares,
quiso que atravesaras por mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares.


42.

Romances
del amor espino

En su recuerdo más secreto
resucita una bella historia
de aquel susurro en un invierno
que le hizo Manuel a Paloma:

Mientras las ramas del almendro
sorbían la luna redonda,
prendía el calor de su cuerpo
y se diluían las sombras.

Era una noche de febrero
y le fué a contar una cosa
confesandole con misterio
"mis flores arden en tu boca".

Allí quieren nacer los besos
y se inclinan las frutas rojas,
donde el carmín reta al deseo,
donde mueren de amor las olas.

Donde la magia del reflejo
desde la luna se transporta
hasta exhumar un sentimiento
en frases lentas, casi rotas.

Y Manuel bebía en los senos
durisimos de su Paloma
que escapaban de su cuerpo
esfericos como las copas.

Y el fuelle de la respiración,
cuando el aire vuela y provoca
escalofríos de la pasión,
buscaba su tez deliciosa.

Y humeantes hebras de la voz
le hurtaban a la noche el frío
para desnudar el corazón
vistiendo con seda su oído.

Y al par que la boca se acostó
con un tacto afrodisíaco
sobre su vello a melocotón
y mil luceros esparcidos,

el éxtasis de su piel prendió
en cada pupila un delirio
y su frágil cuello estremeció
como el viento estremece al trigo.

Echados tras la celosía
de los arbustos de tomillo
que ocultaban la fantasía
apasionada como el vino,

la piel de Paloma gemía
rodeando sus pechos dorados
y dos labios se derretían
como el rocío por el campo.

La luna gira que gira
la luna andaba girando
y ellos dos bajo la encina
se estaban enamorando.

Paloma dieciséis tenía
y Manuel diecisiete años,
les dijeron que cambiaría
su mundo de dulce a amargo.

Pero la luna gira y gira
la luna andaba girando
y ellos dos bajo la encina
se estaban enamorando.
Que la tierra se quebraría
sobre un infierno rojo y largo.
¡Eso no es bueno!, les gruñían
los amigos y sin embargo,

mientras Paloma desvestía
el cuerpo firme de su hermano,
el río tocaba sus liras
y en los juncos croaban sapos.

Y la luna gira que gira
la luna estaba girando
y ellos dos bajo la encina
se habían enamorado".


43.

Amor dormido,
de Jorge Guillén

Dormías, los brazos me tendiste y por sorpresa
rodeaste mi insomnio. ¿Apartabas así
la noche desvelada, bajo la luna presa?
tu soñar me envolvía, soñado me sentí.


44.

I

¿Por qué los inmensos aviones
no se pasean con sus hijos?
¿Cuál es el pájaro amarillo
que llena el nido de limones?
¿Por qué no enselan a sacar
miel del sol a los helicópteros
¿Dónde dejó la luna llena
su saco nocturno de harina?